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La lengua gallega era el vestigio más significativo de la pervivencia del grupo nacional y el camino hacia la regeneración. Sin embargo, Murguía escribió la mayor parte de su obra en castellano – lengua considerada más apta para la historia y el ensayo, a diferencia de la gallega, más apropiada para la poesía y la cultura popular. Como manifestaba la historia de la literatura gallega, tras las expresiones poéticas de la Edad Media se había iniciado un período de decadencia, cuya cronología coincidía con la pérdida de estatus literario del gallego y con la consolidación del centralismo del Estado. La lengua era una bandera nacional y mostraba, en clave de alteridad, sus diferencias con el castellano. El gallego era dulce, suave, conectado a la naturaleza y a las raíces, profundo y sentimental, triste y melancólico como su clima. En cambio, el castellano era fuerte, artificioso, optimista y arrogante. Los escritores gallegos estaban más emparentados con el tono de Walter Scott, Chateaubriand o Lord Byron que con cualquier otro literato peninsular o mediterráneo, tal y como desarrolló en su inconcluso Diccionario de escritores gallegos,cuyo primer y único tomo fue publicado en 1865. Ambos polos, la continuidad racial céltica y su manifestación en la lengua gallega, eran los pilares que sustentaban en el pasado su esencia nacional. Su proyecto historiográfico estuvo caracterizado por el esfuerzo por localizar en el pasado los caracteres célticos latentes en el pueblo gallego. Murguía sintetizó su noción historicista del pueblo y la raza gallega en El Regionalismo Gallego en 1889. En esta obra identificaba claramente a Galicia como una nación, y a España como un Estado compuesto por varias nacionalidades, no como un ente nacional. Por ello abogaba por la articulación de instituciones autonómicas más conectadas con la compleja realidad nacional del Estado, superando el centralismo liberal. La terminología, en este sentido, no era secundaria. Otros referentes del Rexurdimento,como la novelista Emilia Pardo Bazán, se referían a España como patria y a Galicia como tierra. La definición de Galicia como nación desplegada por Murguía le granjeó duras críticas por parte de intelectuales y literatos españoles enfrascados en el proyecto de nacionalización y en desarticular los postulados regionalistas y nacionalistas que comenzaron a surgir a mediados del siglo XIX en diferentes territorios del Estado. Fue el caso de Juan Valera, quien desde las páginas de la Revista de España en 1887negó la condición literaria de las letras gallegas, o de Sánchez Moguel que, en 1888, en la Real Academia de la Historia – de la que Murguía era miembro correspondiente – por asentar sus narrativas del pasado en falsedades e inexactitudes en aras de su proyecto político separatista. Murguía era consciente de que en la teoría de las nacionalidades, para que un pueblo adquiriera este estatus, era necesario que contase con una lengua propia – no un dialecto – y con una literatura particular. En 1892, recibió un informe negativo de la Real Academia de la Historia por el carácter político de sus obras, que subordinaban las fuentes y el pasado a su proyecto de redimir al pueblo gallego. |
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