Al final de sus días, en el primer número de su periódico El Telégrafo, Patxot publicó un artículo titulado “Filosofía de la Historia”. Nuestro biografiado se preocupó por el uso excesivo de las citas de autoridad – crítica que destinaba tanto a la historia que comenzaba a ser hegemónica en España, la de Modesto Lafuente, como por la influyente historia del francés Charles Romey, que incurría en el mismo error, así como por la defensa del estudio de las fuentes históricas originales. Según Patxot, semejante enfoque –la repetición de citas y el desconocimiento documental-, llevaba a perpetuar un tipo de relato que desconocía la diversidad y pluralidad de historias peninsulares, y por esa misma razón dificultaba la creación de un discurso nacional español que incluyese las aportaciones de la historia catalana o portuguesa. Un discurso histórico que para ser nacional debía ser ibérico.

Además, insistió cómo era de necesaria una correcta cronología para el análisis de los hechos, mezclando los acontecimientos ocurridos en España con otros de la historia europea y americana, ejercicio de historia transnacional y comparada que debió su perspectiva, como indicó Patxot, a William Robertson y probablemente al gran referente historiográfico catalán de finales de siglo XVIII, Antoni de Capmany. Así lo hizo en el resumen cronológico realizado en su aportación a la Historia del padre Mariana (tomo X, 1840), “sumamente necesario para metodizar el estudio de la historia”, según señalaba la publicidad editorial. Relaciones cronológicas que había realizado también para su Historia del emperador Napoleón (1839) y su Manual del viajero en Barcelona (1840), un libro destinado a los visitantes del Grand Tour y como ayuda de negociantes y representantes comerciales en su estancia en la capital catalana.

No obstante, sería un error considerar que el tratamiento racionalista de las fuentes, o el interés por reivindicar el papel de las clases mercantiles, suponía un cambio drástico en las formas de hacer historia en Patxot. La ampliación de temáticas no era contradictoria todavía con un tipo de narrativa ordenada mediante la sucesión de dinastías, las relaciones diplomáticas y las guerras. Más que investigar, compendiaba historias, como muchos otros autores de su generación. Y lo hacía con un fuerte acento providencialista, fruto de la compleja relación entre religión y liberalismo que aspiraba a consolidar el cambio de régimen sin graves rupturas culturales.

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