Por todo ello, las naciones constituían tradiciones particulares con la posibilidad de integrarse en una más amplia que las uniría. En el caso de su concepto de “las Españas” esta tradición común estaría vinculada a la idea de misión católica, a la expansión del cristianismo –asentado ya con los visigodos–, primero durante la lucha contra los musulmanes en la península Ibérica que hermanó a todos sus habitantes frente al enemigo común; y posteriormente en su expansión en el continente americano y en la lucha contra el protestantismo (Qué es el carlismo, 1971, pp. 102-3). Ese elemento central (que Elías calificaba como una cristiandad menor – Las Españas, 1948, p. 281; Qué es el carlismo, 1971, pp. 64-5–) permanecía con el paso del tiempo, mientras que las naciones que lo articularon se modificaban de acuerdo a los impulsos del pueblo, unido en lo permanente.

Por este motivo tanto Portugal como los respectivos territorios dominados por los estados ibéricos en otros continentes, formaban parte de una tradición común, histórica, cultural y religiosa que se englobaba dentro de la común denominación de “las Españas”. Esta tradición, forjada en los siglos medievales, fue mantenida en los modernos (y alcanzó su culmen bajo Felipe II) frente al avance de unas ideas a las que Elías considera europeístas y contrarias a la esencia hispánica. De hecho, entendía la historia entre el siglo XVI y el siglo XX como el enfrentamiento entre una tradición hispánica consolidada en torno al cristianismo católico y las corrientes europeístas originadas en la Reforma y asentadas con el absolutismo, la Ilustración y la Revolución Francesa. Esta última abrió la puerta a lo que Elías consideraba un mundo anárquico, encarnado en los sistemas liberales y democráticos, los totalitarismos y las dictaduras (Las doctrinas políticas, 1953, pp. 145-7, 154). De ahí también sus críticas al proceso de construcción europea.

La integración del mundo lusófono en la lucha contra el espíritu europeo no era tanto una pretensión expansionista, ni siquiera entraba dentro del iberismo político o cultural, sino que buscaba la convergencia de lo que consideraba una misma tradición englobada en su denominación de las Españas. Carlista en lo político y doctrinal, pensaba que un buen reflejo de la lucha contra lo europeo habían sido los enfrentamientos de los miguelistas en Portugal y los carlistas en España contra el liberalismo, encarnación del enemigo común gestado desde la Reforma luterana.

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