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En este punto compartía la veta nacionalcatólica con otros coetáneos como Menéndez Pelayo, el integrismo de Nocedal o el regeneracionismo de Maura. Cánovas abordaba la Historia como el tiempo determinado por las acciones de los grandes hombres, de lo que se desprende el temor hacia el pueblo o las masas que marcaría igualmente su impronta ideológica. Si bien no participaba de la escatología del progreso, sí establecía rangos de civilización positivistas en los que el centralismo y la unidad nacional se situarían en estadios superiores, así como la corona. Al reivindicarse como Historia objetiva y verdadera, además de ligar el Estado a determinada interpretación del pasado, trataba de construir un relato histórico nacionalista que superase las disputas del liberalismo de las décadas precedentes. Se trataba de una narrativa del pasado al servicio del Estado y con una función moralista y presentista, magister vitae por encima de otras formas menores de comprensión, como la prensa o las novelas. En definitiva, la obra de Cánovas del Castillo representa en España la figura del hombre de Estado-historiador que concibe la acción del gobierno en paralelo a la gestión del relato histórico de la nación. Esto no sólo era posible a partir de la publicación de monografías históricas, sino también desde la participación en el espacio público intelectual, la presidencia de asociaciones o la pertenencia a la Academia de la Historia, que reivindicaba la oficialidad del relato nacional. Además de idear un sistema político que se prolongó durante medio siglo, consolidó una lectura centralista y monárquica de la historia de España estableciendo las bases del conservadurismo y del legitimismo monárquico de las décadas posteriores. Su principal aportación historiográfica fue la institucionalización de una narrativa historiográfica monárquica y nacionalcatólica y la relectura del pasado imperial, la decadencia y la regeneración, temas que han marcado los debates historiográficos y políticos hasta nuestros días. En relación a Portugal, sostuvo que la sublevación de 1640 fue la manifestación política de la decadencia peninsular al resquebrajarse su unidad providencial. |
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