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A EQUIPA
CONTACTO
Por último, en el espacio de la estrategia y la acción política, además de reflexionar sobre las incertidumbres de la restauración y la compleja situación del Príncipe en el marco de la dictadura, en diciembre de 1964, aceptó dirigir la Delegación en España de don Juan (el nombramiento le costó la destitución inmediata de la presidencia de EFE, ordenada por el intemperante ministro de Información y Turismo Manuel Fraga Iribarne) y puso en marcha lo que él denominaba «política paralela» (colaboracionismo que evitaba el enfrentamiento con el régimen pero que trataba de distanciarse de éste). En medio de continuas críticas hacia su gestión, dimitió del cargo en marzo de 1966 (siendo sustituido por José María de Areilza). Apartado de la causa monárquica, fue invitado al bautizo del Príncipe Felipe de Borbón celebrado en el palacio de La Zarzuela el 8 de febrero 1968. Pese a su aislamiento, según dejó escrito en sus notas políticas de esos años, asistió con inquietud y angustia a los momentos decisivos de julio de 1969 (las Cortes franquistas establecieron el juramento del futuro Rey en la persona del Príncipe, el «salto generacional» que resaltaba su línea de continuidad con la dictadura) y de noviembre de 1975 (el día 20 murió Franco y el 22 accedió al trono de España Juan Carlos I). Durante ese tiempo, se mantuvo al tanto de las tomas de posición respecto a la «sucesión» de don Juan en Estoril, informado por su leal amigo, el nuevo embajador español en Portugal, José Antonio Giménez Arnau («Páginas de unas memorias perdidas», Boletín de la Real Academia de la Historia, CXCII, 1 (enero-abril 1995), pp. 9-81). También, siguió de cerca la evolución política del país desde la noticia del fallecimiento de Salazar y del funeral de Estado que, el 30 de julio de 1970, se celebró en su honor en la basílica de San Francisco el Grande de Madrid. Y, a finales de abril de 1974, escuchó los comunicados del Movimiento de las Fuerzas Armadas portuguesas que anunciaban el comienzo de la Revolución de los Claveles y el final definitivo de la dictadura salazarista.
Entre tanto, con una salud cada vez más amenazada por la neurastenia y la tentación de la depresión, volvió «al trabajo en busca del tiempo perdido» y, en 1971, recopiló sus últimas conferencias y artículos en La subversión contemporánea y otros estudios. Libro que completaba su dimensión intelectual, apareció en una colección universitaria dirigida por María Dolores Gómez Molleda (primera mujer catedrática de Historia Contemporánea Universal y de España de la Universidad franquista y monja de la Institución Teresiana del «Padre Poveda»). En él destacaba el ensayo de interpretación titulado El régimen de los generales, modalidad política española iniciada «en 1839, cuando acaba la primera guerra carlista, y que termina, sin duda, en diciembre de 1870 con la muerte de Prim» (La subversión contemporánea y otros estudios, Madrid, 1971, pp. 18 y 237-262).
