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A EQUIPA
CONTACTO
Creados con el objetivo de mantener la política de no intervención adoptada por los principales gobiernos europeos (agosto 1936) y financiados por empresarios españoles exiliados en Londres y París, estos servicios se encargaron de la propaganda dirigida a los países «amigos» (Alemania, Italia y Portugal), a los «neutrales» (Hispanoamérica) y, especialmente, a los considerados «hostiles» (Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos). Sus actividades se dirigieron, fundamentalmente, a camuflar los crecientes signos de fascistización de la España nacional e intentar atraer a personajes capaces de presentar la cara más amable del régimen ante la opinión anglo-francesa (junto a la fluida correspondencia con el exiliado Francesc Cambó y su círculo de catalanistas integrados en la España «nacional», el novelista Ramón Pérez de Ayala, embajador en España en Londres durante la etapa republicana y reconocido liberal, fue uno de sus agentes extraoficiales en la capital británica durante la segunda mitad de la guerra).
En 1939, publicó Díez figuras, libro de circunstancias donde reunía un conjunto de semblanzas políticas de personajes destacados de la Europa del momento. Excluidos Hitler y Mussolini, en la relación se encontraban los tres Chamberlain (el padre y los dos hijos, Joseph, Austen y Neville), los franceses León Blum, Édouard Herriot, Édouard Daladier y Camille Chautemps, y tres comunistas: el búlgaro Georgi Dimitrov («inventor del caballo de Troya de los Frentes Populares»), acompañado por Stalin («el georgiano, forajido nato y neto») y por el recién ejecutado jefe de la policía secreta soviética, Génrij Yagoda. El libro se cerraba con la evocación del joven ministro de Asuntos Exteriores británico Anthony Eden («el único diputado que no aplaudió a Chamberlain cuando el cielo distante de Múnich presagiaba la paz»). Pero antes, para compensar «los horrores del infierno soviético» –según decía el reseñista del diario ABC– «con luces de gloria, calor de humanidad», dibujó en veintitrés páginas el retrato del profesor Antonio de Oliveira Salazar («tan dueño de sí, tan lúcido y tenaz, tan sencillo y eficiente»). Parafraseando al historiador suizo Gonzague de Reynol, Pabón no dudó en concluir que: «La obra de Salazar es inmensa (…). En ocho años ha salvado a su país de la quiebra, ha restablecido las finanzas y su crédito; le ha dado una constitución, ha organizado la corporación y el imperio colonial; Portugal ha sido equipado; y por último, le ha devuelto su prestigio». Esta primera impresión no le abandonó nunca. Personaje a quien conoció y admiró como catedrático y político a lo largo de toda su vida («místico de los números», cuya «firmeza inquebrantable proviene, en primer término, de la solidez de sus creencias»), creyó ver en el Estado Novo y la «dictadura paternalista» por él implantada en Portugal el modelo a seguir en España (Díez figuras, Burgos, 1939, pp. 211 y 212-213).
