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Desde esta posición de historiador católico, comprometido con la tradición y la monarquía, siguió profundizando en lo que se convertiría en el segundo de sus áreas de interés historiográfico: el estudio de los dos grandes ciclos de la revolución contemporánea (la iniciada en Francia a finales del siglo XVIII y la que cristaliza en Rusia en 1917). En el prólogo a un libro sobre Canalejas publicado originalmente en 1956, escribió: «La historia política contemporánea del mundo civilizado discurre sobre dos concepciones de la vida que tiene auténticas denominaciones: Tradición y Revolución. Los hombres y las fuerzas de esa historia marchan por una u otra de esas vías o se desplazan de una a otra» (Días de ayer. Historias e historiadores contemporáneos, Madrid, 1963, p. 114). Así sucedió en los trances decisivos de Napoleón, de Talleyrand o del «inocente» Benjamin Franklin (de quien estudió la proyección del «Primitivismo» de su pensamiento revolucionario en los americanos de las Colonias y su distinta percepción en la decadente Europa). Y ocurrió, también, con las figuras clave de la revolución rusa Lenin, Stalin o Trotski cuyo «primitivismo abriría paso al comunismo» (Franklin y Europa (1776-1785), Madrid, 1957, p. 177). |
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